LA OLEADA MUSICAL
DE ACOLLA Y LA SUPER MELODÍA
A modo de introducción. Cuando hablamos del arte de las siete
figuras, primero es necesario puntualizar que la más sublime, eterna y
constante melodía: es el océano musical que baña con su sonido el mundo del
pentagrama vivo: el cielo de los cielos; ejecutado por el compositor universal:
el Dios viviente. Sobrepasando de esa manera las melodías celestiales en
belleza y finura a las olas musicales terrestres, que resultan sombras frente a
la luz eterna que Dios va recreando diariamente en su infinito amor.
Desde esa perspectiva. Mientras la música terrestre alaba y
glorifica los actos culturales del hombre y la objetividad de los cuadros
naturales. La canción divina surca el alma humana arrepentida, inspirándola
cantar al creador con todas sus criaturas en comunión fraterna; volando,
saltando en las ondas expansivas que las corrientes melódicas atraviesan por su
corazón regenerado; sumergiendo su alma
ansiosa por alabar a Dios, cruzando infinitos surcos musicales llenas de paz,
en un mosaico de floreados caminos de libertad y esperanza; mientras el mundo
terrígeno vive sumergido en las cadenas de la esclavitud espiritual, que solo
Cristo puede liberarlos de su atadura.
En estas condiciones, las bandas de música sinfónica de
nuestro entorno, apenas constituyen espejismos en el universo vivo de la música
espacial. Y desde ese contexto geoespacial viramos los ojos a una pequeña ventana que ofrece el pentagrama
musical del centro del Perú.
Desde principios del siglo pasado, el nombre de Acolla empezó a escucharse a lo largo de la
región central, como sinónimo de prestancia musical, debido a su indiscutible
arte de interpretar con realismo desbordante la nostalgia y la alegría del
hombre del campo a través de la poli línea encuadrada del bello arte de la
música. Entonces ocurría que personas venidas de diversos lugares regresaban
luego de transar los contratos con los ejecutantes, que aunque eran pocos en
número, sin embargo, la calidad interpretativa no dejaba de sorprender a
propios y extraños.
Es difícil precisar quién o quiénes fueron los propulsores de
esta nueva ola artística, que en poco tiempo empezó a germinar los primeros
frutos, apareciendo con vientos marciales la Banda Filarmónica hacia la segunda
década del siglo XX, conformada en su mayoría por músicos, que luego de prestar
sus servicios militares en las fuerzas armadas, fueron la clarinada de la
antorcha musical, apareciendo tras ellos otras bandas y orquestas, prestigiando
el nombre de la tierra que los vio nacer.
Aunque no tenga en mano un documento que pruebe la
participación de la Banda “Filarmónica” en Jauja, me remito a la obra “Acolla” (pp.101-102)
donde su autor, el profesor Moisés Ortega, refiere que en ocasión de celebrar
el IV centenario de la fundación española de dicha ciudad en el año de 1934. La
referida Banda acollina tras compartir escenario con la Banda Republicana,
interpretando variadas piezas musicales en forma intercalada. Finalizada la
retreta, continuó la “Filarmónica” deleitando al público con huaynos de tierra
adentro con su sello característico. Que reconociendo su profesionalismo en el
dominio musical. El director de la Banda Republicana, felicitó a su homólogo:
Don Pedro Magro Zapata. Asentándose desde entonces a los cuatro vientos con
prolijidad asombrosa el nombre de Acolla como “tierra de músicos”.
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