sábado, 22 de abril de 2017

ACOLLA Y LA NOSTALGIA DE SU CANTO
Escribe: Angel Javier castro.
A sonido del viento norteño, la plaza Mariscal Cáceres se va vistiendo de nostalgia al escuchar las tristes melodías que una orquesta solitaria va ejecutando precisamente cuando el pueblo va estampándose de lluvia en los cuatro ángulos de su alma terrígena.
El templo, aquella  vieja construcción: herencia de los antiguos comuneros, al chicoteo de los truenos pareciera revivir su antigua prestancia al tintinear su campana el absurdo monólogo de un nuevo encuentro del hombre con la tierra: su sepulcro.
Las tiendas que adornan la céntrica plaza aquella tarde están lastimadas con los golpes brutales de los granizos, que empujando el espíritu de los pobladores precipitaron su huida. Silenciándose la música. Escuchándose ahora en su plenitud el verdadero himno de la naturaleza, larga, inquietante y adolorida que Dios ha puesto en mano del viento, la lluvia y los intempestivos rayos, cuyos pentagramas van sobrevolando inquietos por las ventanas de las casas abandonadas de amor, que a la chispa alborotadora de los truenos intentan revivir por un momento sus hojas muertas adornadas de oscuridad y silencio.

Pero cuando la luna apareció con sus estrellas en el cielo, la lluvia determinó irse de viaje. Y la música de los hombres nuevamente empujaron los pies de los habitantes, a fin vuelvan a la fiesta: porque el gasto según dicen “ya está hecho”. Entonces como si el tiempo estuviese marcado para Acolla, nuevamente la orquesta se puso a llorar, interpretando una vieja melodía, que al escuchar los  pobladores, quien sabe otra vez estaban llamando con sus suspiros el regreso de la lluvia, acaso más sentimental que el huayno mismo.  

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